Nuestros Santos

Nuestros Santos

San Elías

(Tisbé, S. IX a.C)

Profeta del AT, e inspirador del Carmelo, por ser un buscador ardiente de la amistad con Dios, siempre seguro de su presencia…, hasta que le invade una profunda crisis, que podría describirse como un prolongado tiempo de oscuridad y sequedad espiritual, en el que, repetidamente, se desea para sí mismo la muerte.

Profeta del AT, e inspirador del Carmelo, por ser un buscador ardiente de la amistad con Dios, siempre seguro de su presencia…, hasta que le invade una profunda crisis, que podría describirse como un prolongado tiempo de oscuridad y sequedad espiritual, en el que, repetidamente, se desea para sí mismo la muerte.

Profeta del AT, e inspirador del Carmelo, por ser un buscador ardiente de la amistad con Dios, siempre seguro de su presencia…, hasta que le invade una profunda crisis, que podría describirse como un prolongado tiempo de oscuridad y sequedad espiritual, en el que, repetidamente, se desea para sí mismo la muerte.

San Simón Stock

(Inglaterra, 1247)

La tradición piadosa le atribuye a este posible sexto General de la Orden del Carmelo, dos hechos significativos: el cambio estructural de la Orden, dejando paso el eremitismo a la vida mendicante o visiblemente apostólica en las ciudades; y la entrega del escapulario por manos de María, (especialmente popularizado en el s. XVI), como signo de su consagración, cobijo y pertenencia a ella y a su Orden.

Junto con el Rosario, el Escapulario del Carmen, con sus casi ocho siglos de existencia, pertenece a los sacramentales marianos más antiguos de toda la Iglesia, al igual que la poética Oración “Flos Carmeli” atribuida al mismo Padre Superior de la Orden, quien fuera conocido con el apelativo: “El amado de María”.

Como quiera que haya sucedido, el Carmelo siempre se ha sabido “todo de María”, y cada uno de los que lo integramos, hemos recibido la herencia de experimentarnos profundamente amados por ella. Las promesas de María son vigentes y reales para quienes hacen suyo el hábito de dejarse conducir por ella hacia su amado Hijo Jesús.

Santa Teresa de Jesús

(Ávila 1515 – 1582)

Doctora de la Iglesia y mujer apasionada que, durante muchos años, a decir verdad, no fue ni muy santa ni muy de Jesús; hasta que como monja ya carmelita, descubre la belleza del Dios enamorado que la enamora, al saberse buscada desde siempre por la Humanidad de Cristo que la humaniza cada día más, haciendo de su existencia una vida nueva, e impulsándola a recrear y refundar la Orden del primitivo Carmelo Calzado, como nuevo Carmelo Descalzo.

Desde entonces, las nuevas y pequeñas comunidades de frailes y monjas, comenzaron a cuidar, cultivar y acrecentar cotidianamente la amistad con Jesús, desde la vida orante al servicio de la Madre Iglesia.

En sus escritos autobiográficos, («Vida», «Moradas», «Camino de Perfección», «Fundaciones…», etc.) encontramos revelados los caminos eficaces para llegar a la intimidad más profunda con Dios en esta vida: el Matrimonio Espiritual. Los resultados comprobados, están exhibidos en la multitud de santos carmelitas que precedieron a Santa Teresa, hasta el día de hoy.

San Juan de la Cruz

(Fontiveros, 1542-1581)

Fraile carmelita atraído por Santa Teresa de Jesús para refundar juntos el Carmelo, providencialmente en el momento en que Juan, decepcionado en su necesidad de una mayor experiencia afectiva con Dios, huía hacia la Cartuja.

En sus poesías y escritos mayores («Subida», «Noche», «Cántico» y «Llama», y otros escritos menores), nos revela el éxito de la vida espiritual, garantizado por el Dios que no decepciona, aunque por momentos debamos transitar por la oscuridad de noches cerradas, hasta llegar a la llama incandescente del Amor que todo lo transforma; tocando, quemando, cauterizando, consumiendo y fundiendo el alma, hasta llegar a la cima del monte: la unión con Dios.

La fina comprensión de sus propios procesos espirituales y psicológicos, y de quienes se confiaron a sus consejos, sumados a la pasión fiel por Jesús, le merecieron el título de Doctor de la Iglesia.

Jerónimo Gracián de la Madre de Dios

(Valladolid, 1545-1614)

Queridísimo compañero de San Juan de la Cruz, y amigo entrañable de Santa Teresa de Jesús. Además de la profunda conexión afectiva con la Santa Madre, fue una ayuda clave y eficiente en los comienzos de la refundación del Carmelo.

A los ojos de Santa Teresa, en él se hallaba el perfil y modelo de fraile carmelita: devoto de la Virgen María, cabal, instruido, determinado, suave, de gran entendimiento, amable en el trato, con bondad y firmeza en su estilo y capacidad de gobierno.

Aún así, luego de 20 años de carmelita descalzo, fue despojado de su hábito. Fue el tiempo de una fidelidad probada por el crisol de la incomprensión por parte de sus hermanos en el Carmelo. El talante de su espíritu de resiliencia y superación, podemos hallarlo en sus mismos testimonios que dejó por escrito: «Tratado de la redención de cautivos», «La peregrinación de Anastasio», «Dilucidario del verdadero espíritu», «Lámpara encendida», «Compendio de la perfección…», etc.

Santa Teresita del Niño Jesús

(Alenzón 1873-1897)

En medio de un rostro de Dios confuso para la espiritualidad de la época, caracterizado por tintes jansenistas, Teresita descubre para si misma y para toda la Iglesia, en tan sólo 24 años de edad, el camino evangélico de la Infancia Espiritual, es decir: el Abbá de Jesús. Somos pequeños, amados y predilectos hijos en El Hijo.

No es ni el sufrimiento ni el sacrificio por sí mismos quienes dan fecundidad a las obras, sino el Amor con que se realizan; para el cual, ni siquiera la muerte puede impedir, sino más bien posibilitar una nueva etapa de fecundidad solidaria para seguir haciendo el bien desde el Cielo sobre la tierra.

Como una disposición necesaria, que no se conquista, sino que más bien se suplica, está la confianza hasta la audacia, en Aquél que infunde en nosotros inmensos deseos realizables. Los temores infundados que deben disiparse, y los pasos a seguir, están indicados en sus escritos, que son como su diario íntimo (Cfr: «Manuscritos A, B y C», «Poesías» y «Cartas, entre otros).

La claridad testimonial de sus consejos, y la fecundidad probada de sus indicaciones para con las almas sencillas, la ubicaron dentro de la Iglesia moderna, como Doctora de vida espiritual.

Santa Isabel de la Trinidad

(Avord 1880-1906)

En tan sólo 26 años de edad, nos descubre el antídoto contra la soledad y la depresión, que consiste en la conciencia de la inhabitación trinitaria. El cristiano no vive, sino que convive con el Dios que lo habita.

No se trata de una presencia estática, sino de un Amor capaz de sostener creándonos y recreándonos día a día. El alma más culpable es la que más derechos tiene en esperar esta intervención divina, porque la misión y el deseo de Dios es sanar y perdonar con su Amor, convirtiéndonos en “alabanzas de gloria”, es decir, en testigos vivientes de su obra en nosotros.

Cuanto la Trinidad le revela de sí misma, y de cada uno de nosotros, podemos descubrirlo en sus manuscritos epistolares y espirituales, tales como: «Cartas», «El Cielo en la Tierra», «Diario Espiritual», «Últimos ejercicios espirituales», «Palabras luminosas», etc.

Santa Teresa de los Andes

(Chile, 1900-1920)

Con apenas 13 escasos meses de vida en el Carmelo, y 19 años de edad, llegó a darse del todo al Todo. Sorprende la familiaridad y alegre sencillez con que sostiene su relación con Jesús y María.

En su pura bondad y en su tierna ingenuidad, llegó a creer en algún momento de su corta vida, que la clara voz de Jesús y su Madre que ella escuchaba frecuentemente, era una experiencia corriente en todos los cristianos.

Si teníamos alguna distorsión en creer que la santidad podría llegar a deshumanizarnos, se extingue en esta joven bonita, chistosa, afectiva y deportista llamada al Carmelo. Sus vivencias trascendentes y sus graciosas anécdotas, se hallan en sus textos de puño y letra: «Diario» y «Cartas».

Santa Teresa Benedicta de la Cruz

(Breslau, 1891-1942)

Orgullosamente mujer y judía, pasó por los estadios del ateísmo y el feminismo. Se destacó inicialmente por su gran inteligencia y su obstinado esmero en todo lo que era de su interés. Estudió filosofía, psicología, historia y otras variadas carreras humanistas, hasta darse cuenta del fondo casi inconsciente de sus móviles e incursiones: “Quien busca la Verdad, busca a Dios, lo sepa o no”.

Antes de que Jesús se le revelara, pasó por fondos oscuros de la tristeza y el sin sentido, confesando más tarde, su poco amor a la vida, por haber encontrado la cruz sin Cristo en sus años críticos, y en su visión del mundo. Pero todo ello cambió desde su conversión al cristianismo.

Entregó su vida en el campo de concentración de Auschwitz. Cuentan que vieron a una mujer con el hábito carmelita, haciendo las veces de madre con los niños que iban quedando huérfanos en ese lamentable escenario de la humanidad. Sus escritos más destacados: «La ciencia de la Cruz», «Sobre el problema de la empatía», «Conferencias sobre la Mujer», etc.

San Rafael Kalinowski

(Vilna, 1835-1907)

Ingeniero agrónomo y profesor de matemáticas. A causa de su participación en el movimiento de liberación de su país, es sentenciado a muerte. A cambio de ello, fue condenado a trabajos forzados en Siberia durante diez años.

En una biografía, se lo reconoce como el ‘ángel’ que aprendió en el camino del exilio, a compartir un trozo de pan, vestimenta o una simple sonrisa. Simpáticamente más tarde, hará alusión a algunos de esos padecimientos en comparación con algunas de las pruebas de su noviciado como carmelita descalzo a sus cuarenta años, que luego le posibilitará la Profesión Solemne y su Ordenación Sacerdotal.

Percibe y disfruta la pertenencia a la Orden del Carmelo como ‘todo de María’, y hereda de Santa Teresa de Jesús, la confianza enorme que le da, el saberse en manos de San José, tal como lo estuvo Jesús. Decía que el oficio del carmelita, es no dejar de conversar con Dios, acerca de sí mismo y de los demás.

Francisco Palau

(Altona, 1811-1872)

Aún deseando permanecer en los claustros del Carmelo, las situaciones políticas del momento lo obligaron a abandonar las dimensiones conventuales, para revivir providencialmente los orígenes eremíticos y desérticos de la Orden.

El Carmelo es por encima de todo, comunión con Dios y los hermanos, posible en cualquier situación. Para nuestro Padre carmelita, la Iglesia no es en primer lugar una estructura o institución jurídica, ni mucho menos se reduce a muros sagrados, sino “Alguien”, con cuerpo de mujer y madre, que nos nutre y cuida en todas las dimensiones de hijos que somos.

Sus valiosas experiencias de comunión eclesial y las enseñanzas de sus virtudes, las podemos encontrar en sus prolíferos textos, tales como: «Mis relaciones con la Iglesia», «Catecismo de las virtudes», «Lucha del alma con Dios», «Mes de María», «Escuela de las virtudes», etc.

María Felicia de Jesús Sacramentado

(1925-1959, Guairá, Paraguay)

Para quienes miran de modo pesimista a la juventud, como una franja de la sociedad extraviada, emerge nuestra joven carmelita, popularmente conocida como “Chiquitunga”. Se dedicó al cuidado de los más vulnerables, comenzando por sus propios padres. Fue miembro activo de Acción Católica y Catequista de niños. Nunca imaginó que podría ser tan feliz consolando el dolor de los que sufren, en un contacto estrecho con ellos.

Aunque a los ojos de muchos, parece una contradicción inconciliable un temperamento activo con la atracción hacia la vida contemplativa y monacal, María Felicia creyó en los criterios del mismo Jesús, acerca de lo que es más fecundo a sus ojos, según sea cada persona y el designio amoroso de Dios.

Como ella se autodefine en una de sus poesías, ‘con las rodillas en el suelo y los brazos elevados en cruz’, fue un puente misterioso entre los más necesitados de la tierra, y los más felices del Cielo. Podemos hacer nuestros, sus fecundos intentos, acercándonos a sus veraces escritos (Cfr: «Diario», «Cartas» y «Poesías»).